This essay was first published by Project Syndicate at www.project-syndicate.org.
The economic impacts of Donald Trump’s trade dispute with China have so far been limited, but the countries of Latin America are nonetheless paying an early price. For a region where many economies are already constrained by weakened fiscal positions, the additional uncertainty caused by rising protectionism is especially unwelcome.
Despite many dire predictions, the ongoing trade dispute between the United States and China has not resulted in a global economic downturn. With South Korea, Brazil, Australia, and Argentina permanently exempted from US tariffs on steel and aluminum, and with certain measures applied only to final goods and primary products, the impact of rising Sino-American trade tensions has so far been limited.
But that does not mean the tilt toward protectionism has been harmless. On the contrary, US President Donald Trump’s posturing has increased economic uncertainty, contributed to stock market corrections, and added volatility to capital markets. For countries in Latin America, in particular, these and other perils are fueling concern that more severe economic pain is in store.
From Argentina to Mexico, the threat of a trade war between the world’s two largest economies has raised risk premia and led to measurable declines in investment. Projected interest-rate hikes in the US are also boosting uncertainty in Latin America, where countries with large borrowing requirements are particularly vulnerable to disruptions in capital markets.
Although the Sino-American trade dispute has not significantly affected economic growth in either country, if either economy did slow, Latin American countries would certainly suffer. The collateral damage would include a fall in commodity prices, reduced aggregate demand, lower capital inflows, and fiscal retrenchment.
For economies already constrained by weakened fiscal positions, trade-induced upheavals would be costly. In Brazil, for example, the debt-to-GDP ratio is more than 80%, and debt burdens are growing in Colombia, Mexico, and Uruguay as well. Argentina is running a large fiscal deficit, while the main source of financial vulnerability in Chile is the private sector’s rising external debt.
Mexico’s unease is further amplified by the uncertain future of the North American Free Trade Agreement (NAFTA). The Mexican case, in particular, demonstrates how prolonged trade-related threats, even when unrealized, affect capital flows, exchange rates, inflation, interest rates, and, ultimately, economic activity.
To be sure, the impact of America’s trade protectionism will be felt far beyond Latin America. In a world that is highly integrated financially and prone to episodes of volatility, weakened multilateralism will reduce the ability of global bodies – like the World Trade Organization and the International Monetary Fund – to mediate disputes.
Moreover, the financial risks associated with the US serving as the main provider of global money cannot be overlooked. If America’s trade disputes reduce confidence in the dollar, many economies will pay a heavy price.
Still, Latin American economies – which have benefited greatly from expanded trade with China and the US – may have more to lose than most. For example, one of the biggest regional unknowns is how America’s retreat from multilateral engagement will affect the IMF’s ability to respond to future capital-market disruptions. In the past, the US has led IMF efforts to deal with financial crises in emerging markets. With the US signaling that it will abandon this role, the Fund’s ability to respond effectively is now in doubt.
For Latin American countries, this concern is not hypothetical. Financial and technical assistance to the region in the 1990s and 2000s was critical to its recovery from the lost decade of the 1980s. Today, with many Latin American economies increasingly vulnerable to external shocks, it is not unreasonable to think that IMF assistance could once again be necessary. Argentina is a case in point.
In other words, with trade conflicts escalating, international interest rates climbing, and US-led safety nets weakening, a perfect storm is gathering on Latin America’s economic horizon. If the region is to steer clear of it, two course corrections are urgently needed. First, governments must consolidate their fiscal positions to reduce current-account deficits and lower external debt. And, second, the IMF – with or without US leadership – must strengthen its instruments and policies to address future financial crises in emerging markets.
The threat of an all-out Sino-American trade war showed signs of abating in May, when the two sides held talks and agreed to a deal that would reduce their multibillion-dollar trade imbalance. However, details of that agreement were scarce, and less than two months later, US tariffs on Chinese goods valued at $34 billion came into effect, with China immediately announcing retaliatory tariffs. For countries caught in the crossfire, and with uncertainty obscuring the future of global trade, the best hope for stability is to prepare for every eventuality.
Este ensayo fue publicado originalmente por Project Syndicate en www.project-syndicate.org.
Pese a muchas predicciones terribles, la disputa comercial que se desarrolla entre Estados Unidos y China no provocó una desaceleración económica global. Corea del Sur, Brasil, Australia y Argentina consiguieron una exención permanente de los aranceles estadounidenses al acero y el aluminio, y algunas medidas sólo se aplican a bienes terminados y productos primarios, así que hasta ahora el impacto de las crecientes tensiones comerciales sinoestadounidenses fue limitado.
Pero eso no implica que el giro al proteccionismo haya sido inocuo. Por el contrario, las señales del presidente estadounidense Donald Trump aumentaron la incertidumbre económica, alentaron correcciones bursátiles y sumaron volatilidad a los mercados de capitales. Para los países latinoamericanos, en particular, estos y otros peligros generan temor a que el futuro traiga más problemas económicos graves.
De Argentina a México, la amenaza de una guerra comercial entre las dos economías más grandes del mundo elevó las primas de riesgo y llevó a una reducción apreciable de la inversión. Las subas de tipos de interés previstas en EE. UU. también están impulsando más incertidumbre en América Latina, donde los países con grandes necesidades de financiación son particularmente vulnerables a disrupciones en los mercados de capitales.
Si bien la disputa comercial entre EE. UU. y China no afectó significativamente el crecimiento económico de ninguno de los dos, una desaceleración en cualquiera de ellos perjudicará a los países latinoamericanos. El daño colateral incluiría caída de precios de commodities, menos demanda agregada, reducción de ingreso de capitales y ajuste fiscal.
Para economías ya condicionadas por una posición fiscal débil, cualquier volatilidad inducida por el comercio sería costosa. En Brasil, por ejemplo, el ratio deuda/PIB supera el 80%, y la carga de deuda también está en aumento en Colombia, México y Uruguay. Argentina tiene un déficit fiscal importante, mientras que en Chile la principal fuente de vulnerabilidad financiera es el crecimiento de la deuda externa del sector privado.
Las dificultades de México se agravan por el futuro incierto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN/NAFTA). El caso mexicano, en particular, es prueba de cómo las amenazas comerciales prolongadas (incluso cuando no se concretan) afectan los flujos de capitales, los tipos de cambio, la inflación, los tipos de interés y, finalmente, la actividad económica.
Es verdad que el impacto del proteccionismo comercial estadounidense se sentirá en todas partes, no sólo en América Latina. En un mundo sumamente integrado en lo financiero y propenso a episodios de volatilidad, el debilitamiento del multilateralismo reducirá la capacidad de los organismos internacionales (como la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional) para mediar en disputas.
Además, no hay que ignorar los riesgos financieros asociados con el hecho de que EE. UU. es el principal proveedor de moneda global. Si las disputas comerciales de EE. UU. reducen la confianza en el dólar, muchas economías pagarán un alto precio.
Pero es posible que las más perjudicadas sean las economías latinoamericanas (que han sido muy beneficiadas por el aumento del comercio con China y EE. UU.). Por ejemplo, una de las mayores incógnitas regionales es cómo afectará la retirada estadounidense de esquemas multilaterales a la capacidad del FMI para responder a futuras disrupciones en los mercados de capitales. Estados Unidos siempre lideró los esfuerzos del FMI para la solución de crisis financieras en los mercados emergentes. Pero ahora que envía señales de que no seguirá cumpliendo esa función, la capacidad del Fondo para dar respuestas eficaces está en duda.
No es este un temor hipotético para los países latinoamericanos. La asistencia financiera y técnica a la región en los años noventa y dos mil fue crucial para la recuperación de la década perdida de los ochenta. Hoy que muchas economías latinoamericanas son cada vez más vulnerables a perturbaciones externas, no es descabellado pensar que pueda ser necesaria otra vez la ayuda del FMI (de lo que sirve de ejemplo Argentina).
Es decir, en un momento de escalada de conflictos comerciales, aumento de tipos de interés en todo el mundo y debilitamiento de las redes de seguridad lideradas por EE. UU., una tormenta perfecta asoma en el horizonte económico de América Latina. Para alejarse de ella, la región necesita dos correcciones de rumbo urgentes. En primer lugar, los gobiernos deben consolidar la posición fiscal para reducir el déficit de cuenta corriente y la deuda externa. Y en segundo lugar, el FMI (con o sin el liderazgo de los EE. UU.) debe reforzar sus instrumentos y políticas para poder responder a futuras crisis financieras en los mercados emergentes.
La amenaza de una guerra comercial declarada entre EE. UU. y China mostró signos de aplacarse en mayo, cuando ambas partes mantuvieron conversaciones y llegaron a un acuerdo para reducir el desequilibrio comercial de varios miles de millones de dólares que mantienen. Pero no hubo muchos detalles, y antes de que pasaran dos meses, entraron en vigor los aranceles estadounidenses a importaciones chinas por valor de 34 000 millones de dólares, a lo que China respondió de inmediato con el anuncio de represalias arancelarias. En momentos en que la incertidumbre oscurece el futuro del comercio internacional, lo mejor que pueden hacer para garantizar estabilidad los países atrapados en el fuego cruzado es prepararse para cualquier eventualidad.
Traducción: Esteban Flamini
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